Desarrollo, competencias y experiencias reorganizadoras son tres nociones estrechamente relacionadas entre sí que permiten describir la manera como los bebés y los niños se vinculan con el mundo.
El término desarrollo se entiende como un proceso de reconstrucción y reorganización permanente.
Cuando el estudio de este proceso ya había definido las características de las etapas de desarrollo y los desempeños de los niños en cada una de ellas, aparecieron nuevos hechos y teorías que obligaron volver a pensarlos.
Los hallazgos de la investigación sobre el desarrollo de los últimos veinte años, muestran que la concepción de este proceso en etapas secuenciales y acumulativas, con desempeños específicos para todos los niños, no era adecuada. Resulta necesaria una nueva formulación de desarrollo que tenga en cuenta la variabilidad del desempeño de un mismo niño a través del tiempo y los cambios que presentan las producciones de los niños de la misma edad; que dé cuenta de sus avances y retrocesos y de aquellos momentos en que coexisten viejas y nuevas concepciones.
La noción de competencia se refiere a capacidades generales que posibilitan los ‘haceres’, ‘saberes’ y el ‘poder hacer’, que los niños manifiestan a lo largo de su desarrollo.
Estas capacidades surgen de la reorganización de sus afectos y conocimientos al interactuar con los otros, con sus entornos y con ellos mismos.
La evolución de un ‘hacer’, propio del desarrollo inicial de los bebés, sirve para ejemplificar la transformación de las competencias. Inicialmente los bebés emiten, ‘hacen’ sonidos, diversos repetitivos y poco definidos que aún no logran organizar; posteriormente ‘saben’ emitir sonidos diferenciados que poseen un ritmo y una secuencia y después nos sorprenden cuando ‘pueden hacer’ un balbuceo para nombrar algo específico, por ejemplo, decir ‘te- te’ para decir tetero.
El término experiencia reorganizadora se refiere a un funcionamiento cognitivo que marca momentos cruciales en el desarrollo, pues ellos sintetizan el conocimiento previo y simultáneamente sirven de base para desarrollos posteriores, más elaborados.
Una experiencia reorganizadora más que acumulación, es el resultado de la integración de capacidades previas, que permiten a los niños acceder a nuevos ‘saberes’ y ‘haceres’ y movilizarse hacia formas más complejas de pensamiento y de interacción con el mundo. Por ejemplo, hacia los
tres o cuatro años, los niños son capaces de comprender las intenciones, emociones y creencias de otros, diferenciándolas de las propias. Se considera que esta capacidad de “comprender
la mente de los otros” es una experiencia reorganizadora porque integra ‘saberes’ y ‘haceres’ sociales, emocionales y cognitivos.
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